jueves, 24 de abril de 2014

MUCIO ESCÉVOLA, EL PRIMERO QUE PUSO LA MANO EN EL FUEGO

Corría el año 508 antes de nuestra Era; el año anterior los romanos habían expulsado a su último rey, Tarquinio el Soberbio y proclamado la República. Tarquinio, de origen etrusco, pidió ayuda a Lars Porsenna, rey de una de las ciudades de la liga etrusca, Clusium (actual Chiusi). 


Giovanni Francesco Romanelli: "Mucio Escévola ante Porsenna" (fresco de 1658)

Porsenna asedió Roma y estableció un campamento a las puertas, en el monte Janículo. Pasaba el tiempo, los romanos no se libraban del asedio, pero tampoco se daban por vencidos, y los víveres empezaban a escasear en la ciudad. Un joven noble, Gayo Mucio, pidió permiso al Senado para infiltrarse en el campamento etrusco y matar a Porsenna. Los senadores se lo concedieron y Mucio, vestido de etrusco, cruzó el río Tíber y se infiltró en la tienda de Porsenna, pero se confundió de víctima y mató a su secretario. Fue detenido por la guardia real de Porsenna y obligado a comparecer ante éste. Delante del rey dijo estas palabras: 
"Soy ciudadano romano. Me llaman Gayo Mucio. Yo he entrado aquí como enemigo para matarte a ti, mi enemigo, y estoy dispuesto a morir con el mismo ánimo que tenía para matar. Es propio de los romanos llevar a cabo empresas importantes así como sufrir las situaciones adversas. No soy el único en Roma que tiene este mismo espíritu. Hay una larga fila detrás de mí para realizar lo que consideran un honor. Así que prepárate para luchar por tu cabeza en todos los momentos del día, ya que en tu misma casa vas a tener el enemigo armado y dispuesto a matarte. Esta es la guerra que te declara la juventud romana. Nada de guerras multitudinarias ni de ejércitos. Sólo se trata de ti y de cada uno de nosotros." 
Lars Porsenna, lleno de ira, mandó que se le torturase, a lo que Mucio contestó: 
"Mira, rey, lo que hago, para que sientas qué despreciable es el cuerpo para los que tienen a la vista una gloria mayor". 
Nada más decirlo introdujo su mano derecha en la pira encendida para el sacrificio, sin dar una sola muestra de dolor. El rey se levantó de un salto y mandó que se separase al joven del fuego. Dijo el rey: 
"Vete. Has sido más enemigo para ti que para mí. Mandaría que se te aplaudiera si este valor fuera para mi patria. Ahora según el derecho de guerra te dejo libre y podrás ir a tu ciudad totalmente seguro." 


Bernardo Cavallino: "Mucio Escévola frente a Porsenna" (1650)

Entonces Mucio le contestó: 
"Ya que tienes en estima el valor, te voy a decir de buena gana lo que no te dije por amenazas: nos hemos conjurado trescientos jóvenes romanos para matarte. A mí me tocó el primer turno. Los demás actuarán cuando caigan los que están delante de ellos, y dedicarán su tiempo hasta que la fortuna les dé la ocasión que buscan".

Porsenna, asustado por el valor de los romanos, levantó el asedio y se fue. La guerra terminó y con ella la monarquía romana. Desde entonces Gayo Mucio fue considerado un héroe romano y conocido como Escévola (lat. Scaevola), que quiere decir “El Zurdo”, puesto que la mano derecha se le había quedado inútil. Se le concedió que cultivara las tierras del lado derecho del Tíber que desde entonces fueron conocidos como Mucia Prata ("Prados Mucios").


Louis-Pierre Deseine, "Mucio Escévola" (mármol, 1791) 


La fuente principal para esta leyenda, que seguramente tiene poco o nada de histórica pero ha fascinado a multitud de personajes a lo largo de los siglos, es Tito Livio, Ab urbe condita II 12-13, y en él se basan otros autores antiguos, como Dion Casio en su Historia Romana o Plutarco. Dante, en su Divina Comedia, Paraíso, IV 82-87, menciona a Mucio junto a San Lorenzo como ejemplo de firmeza. Rousseau refiere en el primer libro de sus Confesiones, cómo sus tutores se espantaron cuando mientras él les refería la historia, que había leído en Plutarco, lo vieron avanzar hacia la chimenea. También se dice que Nietzsche, tras haber declarado un profesor que no hubo ni podía haber nunca mártires como Escévola, armó una pira con libros y cuadernos junto a algunos de sus compañeros y expuso su mano al fuego durante varios segundos sufriendo heridas que le duraron varios meses, tan sólo para demostrar que su profesor no estaba en lo cierto.

También en el cine tenemos reminiscencias de la leyenda de Escévola. El actor Gordon Scott interpretó a Mucio en un peplum franco-italiano de 1964 titulado Héroe de Roma, basado libremente en la leyenda. 

Y puede que tengamos una reminiscencia del mito de Escévola en Lawrence de Arabia (1962). En una famosa escena -que años más tarde sería citada en la película Prometeo-, T.E. Lawrence (intepretado por Peter O'Toole), apaga una cerilla con los dedos índice y pulgar. Al  ver esto, otro personaje, William Potter también lo intenta. Al quemarse, exclama: "¡Oh, cómo duele!", a lo que Lawrence replica: "Claro que duele." "Entonces", pregunta Potter, "¿dónde está el truco?", a lo que Lawrence responde "El truco, William Potter, está en que no te importe que te duela". 



jueves, 17 de abril de 2014

EL RAPTO DE EUROPA





Según la Biblioteca mitológica de Apolodoro, Europa era la hija del rey fenicio Agénor y de Teléfasa, quienes tenían también tres hijos varones: Fénix (quien dio nombre a Fenicia), Cílix (que dio nombre a Cilicia, la actual Armenia) y Cadmo, fundador de Tebas y el que, según el mito, llevó a Grecia el alfabeto. Zeus se enamoró de la muchacha y, para raptarla, se transformó en un toro blanco que se mezcló con las manadas de Agénor.


Mosaico romano con el rapto de Europa. Museo Nacional de Arte Romano (Mérida)


Un día, mientras Europa y su séquito recogían flores cerca de la playa, ella vio al toro y acarició su costado; tras ver la mansedumbre y dulzura del animal para con ella, terminó por subir a su lomo. Zeus aprovechó la ocasión, corrió al mar y nadó con Europa a su espalda hasta la isla de Creta. Entonces le reveló su auténtica identidad y la poseyó. El acto amoroso tuvo lugar bajo un plátano, árbol que desde entonces tiene las hojas perennes. Zeus estaba tan satisfecho de Europa y tan contento porque ella hubiera accedido a sus amores que la colmó de regalos: un collar hecho por Hefesto, un autómata de bronce, conocido como Talos, un perro llamado Lélape que nunca soltaba a su presa y una jabalina que nunca erraba el tiro. La convirtió, además, en la primera reina de Creta. Por último, y en recuerdo del animal cuya forma le sirvió para conquistar a Europa, Zeus perpetuó la forma del toro blanco en las estrellas que actualmente forman la constelación de Tauro.

Europa le dio a Zeus tres hijos: Minos, Sarpedón y Radamantis. Se casó con el rey Asterión y éste adoptó a los hijos como suyos. Como puede verse, el toro representa un papel crucial en este cíclo mítico, pues más tarde, Pasífae, la mujer de Minos, engendrará, tras cometer zoofilia con otro toro, al Minotauro, el monstruo mitad toro mitad hombre encerrado en el laberinto de Creta y del que escapará Teseo, gracias a la inestimable ayuda de Ariadna, también hija de Minos. No en vano, los frescos de la cultura pregriega cretense conocida como minoica representan la práctica ritual de la taurokatapsía, o "salto del toro". 

Se considera que el origen del nombre "Europa" sería la raíz griega εὐρυ- (eury-), "ancho, amplio", y ὤψ (ops), "ojo" o "rastro", por lo que etimológicamente Europa significaría algo así como "la de amplio rostro" y haría referencia a la diosa fenicia Astarté, bien porque esta era a veces representada portando una cabeza de toro sobre su propia cabeza, o bien porque Astarté era la diosa-Luna, en su fase de plenilunio, y por tanto, "de amplio rostro". 

Ya desde la antigua Grecia y Roma, las representaciones del rapto de Europa en el arte son numerosas. Ya la mencionan Homero y Hesíodo, entre otros muchos. Así narraba Ovidio el episodio en sus Metamorfosis
Y poco a poco, vencido el miedo, ora le acerca su pecho para que con su virginal mano lo palpe, ora los cuernos, para que los cubra con nuevas guirnaldas; Se atrevió también la regia virgen, ignorante de a quién montaba, a sentarse en la espalda del toro. En ese momento el dios, desde la tierra y el seco litoral, pone las falsas plantas de sus pies, en el borde de las olas; de ahí se va más lejos, y se lleva a su presa por la superficie del ponto, mar adentro. Siente medio ella y vuelve la mirada hacia la costa de la que fue arrancada, que ha quedado atrás; sujeta con la diestra un cuerno, la otra sobre el dorso mantiene apoyada. Temblorosas ondulan con la brisa sus ropas. [Ov., Met., II 866-875]

Son muchos los pintores y escultores que han representado el mito en las artes plásticas. Aquí tenéis sólo unos ejemplos:



                                                                                 
Antigua vasija griega. Cerámica negra, de figuras rojas (ca. 480 a.C.)






Metopa de un templo de Selinunte






Tiziano,(pintado entre1559-1562) 






Rembrnandt (1632) 






Jean-Baptiste Marie Pierre (1750)






Gustave Mureau: (1869, acuarela) 






Matisse (1929)






Fernando Botero (escultura de 2011) 



jueves, 10 de abril de 2014

EL NUDO GORDIANO


Alejandro cortando el nudo gordiano, de Jean-Simon Berthélemy


Frigia (en la península de Anatolia, conocida entonces como Asia Menor) se había quedado sin rey. Según la leyenda, se haría con el trono de Frigia quien entrara en la capital por la puerta del Este, y un cuervo negro se apoyara sobre su hombro. Así le ocurrió a un campesino llamado Gordias, que cumplía los designios de los dioses, y en cuyo nombre, la capital del reino fue llamada Gordion. Gordias llevaba sus bueyes atados al yugo con unas cuerdas anudadas de modo tan complicado que era imposible desatarlas. Según la leyenda, quien consiguiera desatar ese nudo podría conquistar Oriente. Durante mucho tiempo todos los reyes de Oriente intentaron desatarlas, pero no hubo forma. 

Cuando, años después, Alejandro Magno se dirigía luchar contra el Imperio Persa, conquistó Frigia y decidió enfrentarse al reto de desatar el nudo. Solucionó el problema cortando el nudo con su espada. Esa noche hubo una tormenta de rayos, y Zeus estaba de acuerdo con la solución, y dijo: «es lo mismo cortarlo que desatarlo». Y efectivamente, Alejandro conquistó no sólo Frigia, sino todo el Oriente. Así, en español se utiliza la expresión «complicado como un nudo gordiano» para referirse a una situación o hecho de difícil solución o desenlace, en especial cuando esta situación sólo admite soluciones creativas o propias del pensamiento lateral.

Imperio de Alejandro Magno



domingo, 6 de abril de 2014

GÁRGORIS Y HABIS, REYES LEGENDARIOS DE TARTESOS


Localización de Tartessos


Cuenta la leyenda que Gárgoris era rey de los curetes, pueblo que habitaba la región de Tartesos, donde, según dicen, los Titanes hicieron la guerra contra los dioses. Tartesos es el nombre de una civilización anterior a la conquista romana de la Península, que vivía en torno a la desembocadura del Guadalquivir, entre las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz. Y como los curetes es un pueblo de la mitología griega que poco o nada tiene que ver, en lo que se sabe de ellos, con la Península Ibérica, a algunos autores les ha sorprendido verlo involucrado en este mito y corrigen a quien nos ha transmitido esta leyenda, Pompeyo Trogo, diciendo que en realidad el nombre de ese pueblo era cunetes. El caso es que Gárgoris era un rey muy habilidoso e inventó la apicultura, esto es, el arte de cultivar abejas y producir miel. Y tenía una hermosa hija a la que el propio Gárgoris deshonró y dejó encinta. Avergonzado luego de haber abusado de su propia hija, quiso tapar una barbaridad con otra barbaridad mayor y deshacerse del fruto de su incesto, el muy bestia, por lo que ordenó que abandonaran a su nieto en el bosque, a merced de las fieras.


 Gárgoris


Varios días después ordenó ir a buscar el cuerpo del pobre bebé expósito, pero las fieras no sólo no habían devorado a la criatura, sino que la habían cuidado y amamantado. Entonces el rey, que aunque asombrado seguía empeñado en deshacerse de su deshonra, ordenó que arrojaran al niño a un camino por el que solían pasar manadas de animales salvajes, para que muriera aplastado. También en esta ocasión el bebé sobrevivió. Entonces Gárgoris, que se ve que era muy terco el hombre, lo intentó de nuevo lanzando al niño a una jauría de perros hambrientos. Y nada, oyes, que no había forma. Los animales no querían hacer daño a la criatura y no se lo hacían. Finalmente Gárgoris mandó arrojar al niño al mar. 

Entonces las embravecidas olas del mar, en lugar de tragarse al bebé lo mecieron y lo llevaron de nuevo a la costa. Una cierva que había por allí se hizo cargo de él y lo amamantó. Y de tal forma los ciervos cuidaron y criaron al niño que éste, a medida que fue creciendo, iba desarrollando una habilidad pasmosa para correr y moverse por los bosques con toda ligereza, por lo que terminó metiéndose a bandolero y así sobrevivió. 

Hasta que un día un cazador lo capturó con un lazo y se lo llevó al rey Gárgoris como regalo. Gárgoris, al ver al chaval, lo reconoció por su parecido físico y por unas marcas que le habían sido hechas al nacer, y sorprendido por todos los peligros que había pasado y porque hubiera podido sobrevivir, se arrepintió de haberlo querido matar, lo nombró su heredero y lo llamó Habis. Una vez que llegó al poder, Habis fue muy querido por su pueblo, al que dio leyes, fundó ciudades, prohibió los trabajos serviles y enseñó a sus súbditos a surcar la tierra con el arado para obtener alimentos. Vamos, un dechado de virtudes, este tal Habis, criado entre los ciervos en los bosques de Tartesos.


Reproducción de la estela de Bensafrim con una inscripción en lo que se cree que es la lengua de Tartesos 



Esta leyenda nos la ha transmitido únicamente Pompeyo Trogo, un historiador romano originario de la Galia Narbonense y casi coetáneo de Tito Livio. Como éste, Trogo trató de escribir una Historia desde los orígenes hasta su contemporaneidad (el siglo I a.C.). Puso como eje central de su narración la historia de la monarquía macedónica, por lo que su obra era conocido como Historias Filípicas. Su obra se perdió, pero otro historiador romano de dos siglos después, Marco Juniano Justino, hizo un Epítome (o resumen) de la misma, que es lo que ha llegado hasta nosotros. En el epítome del Libro XLIV, casi al final de la obra, viene el pequeño pasaje que narra la leyenda de Gárgoris y Habis. La leyenda sirvió de motivo literario a Jerónimo de Arbolanche, escritor navarro del Siglo de Oro que compuso un poema titulado Las Abidas. 


Edición de 1519 del "Epítome de las 'Historias Filípicas'de Pompeyo Trogo", de Justino